Hace pocas semanas estaba de guardia en el turno especial de violencia de género. Nuestras guardias van desde las ocho de la mañana de un día hasta las ocho de la mañana del día siguiente.
A las doce de la noche di por terminado el día y me fui a dormir, ya no contaba con una llamada. Sin embargo, a las tres de la mañana un mensaje me despertó: “Póngase en contacto con la comisaría de policía de Avilés nº XXXX”. Confirme asistencia.” Llamé a la comisaría y me dijeron que tenían a una víctima de violencia de género que quería denunciar. Les dije que en quince minutos estaba allí.
Hacía una noche espantosa, no paraba de llover y soplaban rachas fuertes de viento. Mientras conducía iba pensando qué me encontraría. Cuando llegué allí lo que me encontré fue a una niña, poco más de dieciocho años, acompañada por su madre. Tenía el labio y el pómulo hinchados. Me presenté y nos fuimos a una sala para hablar a solas.
Allí me contó que vivía con su pareja en Avilés, un chico al que había conocido por internet hacía seis meses. Ella era de Gijón y se había desplazado a Avilés para vivir con él. Aquí no conocía a nadie. El le controlaba el teléfono para ver con quién hablaba, pero a ella eso no le parecía mal. Esa tarde él se puso celoso porque ella había quedado con alguien y estuvo toda la tarde llamándola y buscándola. Cuando la encontró, sin intercambiar una palabra, le propinó un puñetazo en la cara y otro en la boca y le dijo que la iba a matar. Ella se quedó perpleja, sin habla. Nunca le había pasado algo así con él.
Sin embargo, a pesar de su edad, no era la primera vez que tenía que denunciar a su pareja. Le había ocurrido algo parecido con otro chico cuando aún era menor de edad.
Pasamos a formular la denuncia, explicando con detalle cómo había ocurrido todo. Acabamos después de las seis de la mañana. Nos despedimos en la puerta de la comisaría, seguía lloviendo. A partir de las nueve de la mañana, apenas tres horas después, nos llamarían para decirnos a qué hora teníamos que estar en el juzgado.
Volví para casa y apenas dormí dos horas, no podía conciliar el sueño, no dejaba de pensar en esta chica, en
su madre y su padre.
Poco después de las nueve de la mañana nos llamaron para que estuviésemos en el juzgado a la once, primero para que la viese el médico forense y luego para la celebración de juicio rápido.
Al pedir los autos vimos todos los antecedentes que tenía el denunciado, por delitos de distintos tipos, desde tráfico de drogas a robos, hurtos y estafas. Ella no sabía nada.
El fiscal le pidió una pena de trabajos en beneficios de la comunidad, una orden de alejamiento y una indemnización. Nosotros estábamos de acuerdo y el denunciado se conformó con la pena. Otro antecedente más para engrosar la larga lista.
La policía la acompañaría para sacar sus cosas de la casa que compartían. Fin a una relación de varios meses y una experiencia nefasta a sus espaldas, confiando en que no se repita esta situación.
Al final, cuando sales del juzgado después de haber hecho tu trabajo no puedes evitar sentirte un poco vacía porque, aunque le han condenado y le han concedido una orden de alejamiento, la historia se repite una y otra vez. Mujeres mayores, mujeres jóvenes, mujeres que llevan poco tiempo de relación y mujeres que llevan toda la vida aguantando situaciones inimaginables.
No me quiero acostumbrar a ver esto como algo normal porque no lo es. Algo sigue fallando en esta sociedad. Y si es duro que te pase a ti, no me quiero imaginar lo que será que le pase a tu hija.
P.D. He cambiado datos del asunto, evidentemente, para que no se pueda identificar a la víctima.